Que gusto, otra vez domingo

Las ráfagas esparcen el trabajo matinal del perfumista, quien transforma los residuos de la lluvia nocturna en fragancias.

Los vapores entran serpenteando por mi ventana, se introducen por mis fosas nasales y estallan en imágenes de gardenias cuando llegan a mi mente. En un instante, el cerebro elabora un afrodisíaco ocasional y emite la orden de despertar al cuerpo con él. La sustancia resbala por la concavidad de mi nuca, se precipita por el túnel de las vértebras, sigue el surco de las nalgas y cae en el pozo de mi clítoris; a su paso, los músculos y los nervios se desperezan.

La vena de placer se dilata. Sin embargo, la intención de un orgasmo matutino se ve desplaza por la llamada perentoria de un estomago hambriento y caprichoso que también despierta. Me desperezo y sonrío ante esta otra manifestación de vida.

Relato erótico - "Que gusto, otra vez domingo"

Quiero levantarme, pero mis pezones siguen erectos bajo la camisa, la seda se pega a mis nalgas sudorosas, la entrepierna del pantalón amordaza mi sexo y roza mi burbuja hinchada y palpitante. De bruces sobre la cama, coloco una almohada entre mis piernas. El caballo blanco con el que solía jugar en mi infancia me invita a dar un paseo. Lo monto. Mi clítoris despierta con el roce. Cabalgo, el calor sube por mis piernas, mis pechos quieren estallar. Echo de menos su pene erecto entre mis piernas. Aspiro su aroma perdido entre las sabanas.

Me inundan las sensaciones de la noche anterior con él a mi lado. Mis dedos buscan ansiosos la gruta escondida que reclama su tributo. Mis pezones solicitan unos labios. Mis manos van de un lado a otro frenéticas, sin pausa. De pronto se enciende la mecha en mi garganta y siento que ya no puedo parar. La tensión se derrama en estallido dejando una suavidad calidad que me adormece. Me acurruco entre las sábanas. ¡Qué gusto que hoy, es domingo!



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