Hace falta que los historiadores se tomen la molestia de revisar algunos temas que son de indudable interés. Por ejemplo, el de los consoladores, no ha merecido del todo la atención historiográfica. Tal desapego choca con la evidencia de que la masturbación acompaña al hombre como la sombra al perro, desde tiempos inmemorables y lleva a la desagradable suposición de que nuevamente los criterios rígidos se han impuesto a los más liberales.

En el descuido, parecieran entrometerse esos antiguos prejuicios que incluían ideas como que hablar de la masturbación es hablar de la mano izquierda o de que el masturbador consuetudinario recibe como galardón un pelo de oro en la palma de la mano, aparte de graves enfermedades.

Breve historia sobre los consoladores Hablar de los consoladores resulta apasionante, porque es un asunto ligado a la soledad y a la imaginación; es sorprendente cómo la inventiva humana hubo de preocuparse sustitutos efectivos de lo que la naturaleza, por distintas razones, impedía. Así como el hombre pudo inventar la rueda, la pólvora, las máquinas más infernales y variadas, más temprano que tarde llegó a los ingenios destinados al consuelo sexual.

En el principio de la historia, al hombre primitivo le bastó con utilizar postizos rudimentarios que estaban al alcance de la mano. Nadie duda ya, por ejemplo, que el pepino y el plátano dieron origen a anécdotas bastante bochornosos. Y hasta la sandía, dicen.

El lector ha oído seguramente de los llamados ritos de la fertilidad, que se celebraron durante mucho tiempo bajo la mirada paciente de dioses con grandes penes erectos o profundas vaginas. Priapo, falo hecho dios, se exhibía en sitios públicos mostrando su sólida protuberancia y las vírgenes acudían a él para tocársela, besársela o inclusive, para sentarse de vez en cuando sobre ella, dejando allí su doncellez. Igualmente lo visitaban las no vírgenes, ávidas matronas insatisfechas, solteras perennes y prostitutas curiosas.

Breve historia sobre los consoladores En diversos museos del mundo se conserva una gran abundancia de efigies que representan diosos fálicos, lo mismo que objeto de adorno o de uso directo; en su momento, estos objetos reemplazaron a los genitales.

Parece ser que en Grecia, en Roma y en las ciudades medievales, muchos artesanos se especializaron en la elaboración de “priapitos” para el hogar, y hubo algunos más desvergonzados que se limitaron a tallar en madera la “gracia” del dios, en tamaños variados. Precisamente, de la civilización grecorromana, es el fascinum, pene artificial al que se le atribuían méritos insospechados. Como joya, solía adornar los gráciles cuellos de las señoritas romanas, pues se aseguraba era un medio ideal para combatir el mal de ojo y coadyuvar a la fertilidad.

Utilitariamente, y ya con dimensiones más apropiadas, fue fiel reemplazante de los dedos en los desahogos solitarios o multitudinarios, porque en las orgías y bacanales de la Roma decadente los fascinum siempre tuvieron destacado papel, conjuntamente con las fascinas, vaginas artificiales que regaban con jugo de ortigas los entusiasmos de los hombres solos.

De allí para adelante, en todos lados, cunden las variedades y hasta la religión hace su aporte con esas grandes y rezagantes velas de fiestas sacras, talladas muchas veces con pasión y diseño erótico-pagano. Alguien, en la época feudal, quizás un alquimista, inventó la peluca, material piloso, con fondo consistente y orificio placentero, que suplía a maravillas la codiciada cavidad vaginal. Su huella es larga en el tiempo, ya que aparece mencionada por Malaparte en su divulgado libro “La piel”.

Hasta el siglo XVIII los fabricantes compitieron para mejorar las recetas de la antigüedad, procurándose materiales idóneos. Un recuento histórico muestra:

Durante el renacimiento, el fascinum fue sustituido por el giorgino en Italia, el gaudemiche en Francia y el dildo o el olisbos en otras latitudes. Casi, sin excepción, todos estaban fabricados cuidadosamente, con soberbias manos de artesanos, en numerosos tamaños y pensando en todas las necesidades.

La fascina y la peluca experimentaron un menor desarrollo, posiblemente debido a las mayores facilidades para la práctica sexual de los varones con prostitutas o animales, y por la falta de materiales realmente nuevos para fabricarlas.

Breve historia sobre los consoladores El Caballero de Seingalt, más conocido como Casanova, tuvo la autoría de la importación a Europa de las muy libidinosas “manzanas de amor”, esferas de metal, pequeñas,de pesos regulados por mercurio, que, introducidas en la vagina, llevan a una mujer a las celestiales mansiones del placer. Son las brindadoras de consuelo que en Oriente, su lugar de origen, reciben el apelativo de Ben-wa.

Hacia el siglo XIX, y ya con tradición galante, el columpio, ese inocente juguete de la infancia, cobró un perdurable prestigio de gran consolador.

Después, cuando sobrevino la paranoia antimasturbatoria, se sucedieron los hallazgos. En plena revolución industrial, un acucioso investigador sugirió que se prohibieran las máquinas de coser, pues apuntaba que, por su ancho pedal de movimientos rítmicos, conducían a sus explotadas usuarias a fenomenales orgasmos durante la jornada de trabajo. Por esos mismos días, muchos descargaron sus iras moralistas contra la bicicleta, “invento satánico que arrastra a las muchachas a la perversión de un consuelo antinatura”. Del mismo estilo son las invectivas que recibe el bidet, que, por su travieso chorrito, fue acusado a principios del siglo de encandilar, con una lujuria inevitable, a las señoras y señoritas higiénicas.

Paralelamente, se desarrollaron inventos extravagantes. Hay testimonio de una máquina sumamente compleja destinada a damas carentes de afecto. Se trataba de un artefacto, indiscreto por su tamaño, con pedales -engendro de bicicleta. máquina de coser y bidet- al que se adosaba una suerte de camilla ginecológica y un soporte. A este artefacto se podían integrar penes artificiales e intercambiables, de distinta medidas. De espaldas, pedaleando incesantemente, la gozadora podía regular el ritmo de las penetraciones con el apoyo de fuertes engranes. Para la culminación, una bomba hábilmente dispuesta soltaba una descarga de agua caliente o leche tibia al gusto (como en el bidet).

Breve historia sobre los consoladores

Mayor éxito han tenido en este siglo los consoladores más sencillos.

En las tiendas porno de Occidente se venden penes artificiales de rara perfección. El desarrollo de los plásticos ha permitido imitaciones perfectas en color y textura. Existen olisbos de caucho, flexibles, cómodos, portátiles, aun con arneses para impotentes crónicos, deportistas del sexo o lesbianas agresivas.

Por otra parte, y en defensa de la moral ambiental, cadenas comerciales y misceláneas, ofrecen los celebérrimos vibradores, réplicas fálicas, dizque para masajes estimulantes, pero imaginados para la estimulación del clítoris o anal. Sus catálogos destacan que “caben en cualquier bolso de mano” y “llegan a los puntos más sensibles”. También, de este siglo, son las nuevas “manzanas de amor”, fabricadas en serie o a la medida, en acero o plástico.

Para los varones hay de todo: vaginas de látex, con depósito para líquidos tibios, bocas entreabiertas que sirven para imitar el coito bucogenital y, por cierto, también hay modernas pelucas con bomba intermitente que aprieta y suelta. En los mercados mas sofisticados se anuncian las virtudes del famoso suckulater o chupador, o la mano mecánica accionada, de baterías.

Más allá, rumbo a la cibernética, están las muñecas sexuales de tamaño natural: son “de seis pies, cálidas, sumisas, redondeadas, con la boca permanentemente entreabierta, dispuesta a servir”. Y los muñecos, claro: priapos siempre listos, auténticos robots de la lujuria.

Por supuesto, para la masturbadores sabios y los pobres, la mano sigue siendo el principal consolador. Aquí, al igual que en otros campos, las técnicas más avanzadas, el progreso creciente, no descartan del todo los métodos naturales ni las recetas primitivas. La mano, se dirá, siempre es más sabia que la máquina.


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