La señora N. nos manifiesta su preocupación:

“A mí me gusta que me pasen la lengua por el clítoris un largo rato y con eso obtengo orgasmos sensacionales. La penetración del pene también me produce placer, pero los mejores orgasmos los obtengo con el sexo oral”.

El abogado R. tiene otro problema:

“A mí me enloquece que la mujer con quien practico la cópula vista lencería negra y que tenga los labios pintados con lápiz blanco. En esos casos mis erecciones son plenas y puedo durar mucho rato copulando”.

Marcia y Ricardo, estudiantes universitarios, plantean un dilema que no les permite dormir tranquilos:

“Gozamos mucho más con el coito anal que con el vaginal, confiesa ella. A Ricardo le fascina y a mi me encanta. Sin embargo, sabemos que estamos procediendo mal, porque lo natural es que se haga el amor por la vagina”.

Sergio R., mesero de un conocido restaurante, asegura que la masturbación le brinda mejores momentos que las relaciones con el sexo opuesto. Linda P., avergonzada, nos comunica que los mejores orgasmos los obtiene acariciando con su boca el pene de su novio, en tanto que R.M., un contador, dice que, como le gusta tanto que le succionen el pene, obliga a su mujer a dicha práctica, aunque ella la repudia.

Casos así son muchos. Pero tienen como común denominador una inquietud: Todas estas personas se preguntan, si por la manifestación de esas preferencias erótico-sexuales, son normales o anormales.

Definir la normalidad sexual no es fácil, ya que depende de factores sociales, culturales y religiosos, así como de las épocas históricas: En algunos pueblos, hacer el amor en la forma en que lo acostumbramos a hacer en Occidente, es decir, el hombre sobre la mujer, es aberrante. En otros, hacerlo a oscuras es delictivo porque se cree que los niños que se conciban nacerán ciegos. Las orgías colectivas eran normales entre los pueblos primitivos, ahora son prohibidas por la ley y las buenas costumbres. Los musulmanes son polígamos y tal situación es normal, moral y legal en sus respectivas comunidades, a diferencia de lo que ocurre en las nuestras, donde las únicas relaciones socialmente permisibles son las monógamas y, por lo tanto, la poligamia no es aceptada. significa que la normalidad sexual es un concepto relativo que, además, está relacionado con cuestiones morales y jurídicas.

La moral, que también es un concepto relativo, prohíbe ciertas conductas por estimarlas contrarias a un orden de principios pre-establecidos.

La ley, con el objeto de regular la conducta colectiva, prohíbe igualmente ciertas conductas sexuales que, a su juicio, lesionan bienes jurídicos.

En consecuencia, ocurre normalmente que el comportamiento sexual de las personas puede chocar con la moral, con la ley, o con ambas. Pero no siempre lo que es normal resulta moral o legal.

Hay, a la vez, una moral individual y una moral social que, a menudo, no coinciden ni entre sí ni con la ley.

¿Qué es normal en el sexo?

De acuerdo a la moral sexual occidental, de corte judeocristiana, las actividades sexuales deben desarrollarse entre personas adultas, de distinto sexo, legalmente casadas y, lo que es muy importante, por el lugar idóneo, esto es, la vagina.

Quien actúa de otra manera tiene dos sanciones: la moral, que implica reprobación, desprecio y remordimientos; y, la legal, cuando la acción es constitutiva de delito, que se traduce en multas y penas corporales.

El problema reside en que la gente, por falta de control de sus instintos, por buscar el placer, por imaginación o, en último caso, porque le da la gana, se comporta saltándose los dictados de la moral y hasta de la ley.

Un buen ejemplo lo confirma:

En la década de los 50’s, Alfred Kinsey hizo una encuesta sexológica entre la población de los Estados Unidos en la que interrogó a miles de personas sobre su conducta erótica.

Sus resultados fueron conmovedores:

Más de un 90% de los entrevistados, hacía cosas contrarias a la moral social y a la ley. Entre otras:

  • Se masturbaban como energúmenos.
  • Tenían relaciones sexuales pre y extra matrimoniales.
  • Practicaban entusiastas el coito anal, el oral, así como numerosas y variadas posturas extravagantes.
  • Se relacionaban sexualmente con menores de edad y con animales.
  • Organizaban tríos y orgías sexuales.
  • Eran bígamos y polígamos.
  • Frecuentaban prostíbulos.
  • Realizaban prácticas anticonceptivas prohibidas.
  • Etc.

En otras palabras, la mayoría de los estadounidenses vivían absolutamente al margen de la moral y de la ley respecto de la sexualidad. No obstante, y porque eran la mayoría, su comportamiento era el normal dentro de esa sociedad.

En México, la situación es parecida.

Flota en el ambiente la idea occidental de la sexualidad en cuanto a que lo normal es el coito practicado entre un hombre y una mujer, el uno encima de la otra. Todo lo demás tiene algo de anormal para un buen número de personas. Así, muchos piensan que la masturbación, el coito anal y buco-genital, los cambios de posturas, la homosexualidad y otras actividades, son anormales. Sin embargo, entre esos muchos, hay un porcentaje elevado de personas que frecuentemente practican tales conductas: jóvenes que se masturban, parejas que practican el coito oral, infieles que se dedican al adulterio, imaginativos que se divierten ensayando posturas, bisexuales y homosexuales.

Es decir, hay una contradicción entre lo que se dice y lo que se hace.

Pero, para no hacernos bolas, lo concreto es determinar si esas conductas que se salen del concepto judeo-cristiano de la sexualidad, son normales, en sí mismas, o anormales, independientemente de cómo se consideren en el aspecto moral.

En busca de una solución, procedamos a analizar la cuestión sin anteojeras.

El impulso sexual forma parte de la condición normal de los seres humanos.

El cuerpo humano está dotados de miles y miles de terminaciones nerviosas que, acariciadas convenientemente, le otorgan sensaciones placenteras de tipo sexual. Por consiguiente, el placer erótico es elemento de la normalidad sexual, al margen de lo que alguien pueda creer respecto del sexo.

¿Qué es normal en el sexo?

Dicho de otro modo: Lo anormal es lo que rompe el orden natural de las cosas. Como el placer sexual es parte de la naturaleza, la primera regla de la normalidad debe ser:

“En el sexo, todo lo que causa placer es normal”.

Con eso zanjamos de un golpe muchas discusiones: que si la masturbación, el coito oral, la homosexualidad, en fin. Todas son conductas normales porque responden a una voluntad de la naturaleza.

No obstante, se suscita aquí un problema. Si su mayor placer sexual lo encuentra usted violando a personas, torturándolas o matándolas, ¿estaría actuando normalmente?

DEFINITIVAMENTE NO, porque la segunda regla de la normalidad dice lo siguiente:

“Lo que causa placer es normal en el sexo, siempre y cuando no atente contra la libertad de otro o cuando signifique daño para éste.”

Por eso, los violadores son anormales, porque fuerzan física o moralmente a otros para conseguir su placer.

Y, en esta parte, no debemos mezclar las cosas.

La ley prohíbe ciertos actos de contenido sexual, pero no porque sean normales o anormales, sino porque atentan contra bienes jurídicos como son, precisamente, la libertad sexual, el orden público, la integridad corporal y otros.

Un necrofílico, que sacia sus apetitos sexuales, es castigado por profanación de cadáveres y no porque actúe anormalmente. Un exhibicionista recibe pena cuando practica su obsesión en público y altera el orden social, pero a la ley le es indiferente la cuestión de su normalidad o anormalidad.

Si estamos de acuerdo en todo esto, observemos el otro lado de la medalla:

¿Cuándo el sexo es anormal?

En primer lugar, cuando no produce placer en quien lo practica. Una medida del placer es el orgasmo y la eyaculación. Por lo tanto, si no los hay, no hay placer y no hay normalidad del acto.

En segundo lugar, cuando por fuerzas interiores, que no podemos controlar, se practica con reducción significativa del campo de nuestra expresión sexual. Como seres humanos, tenemos un amplio horizonte de opciones sexuales. Eso es lo natural. Si tenemos una sola, quiere decir que estamos funcionando mal, anómalamente. Así, si un varón sólo consigue erección y placer únicamente cuando es sometido a una paliza previa, frente a un cadáver, viendo un mechón de cabellos o contemplando a una mujer embarazada, hay anormalidad porque su campo de expresión sexual está reducido sin que él pueda controlar la situación.

Distinto es el caso de las personas que prefieren una conducta a otra: por ejemplo, el coito a la masturbación, el coito bucal o anal al vaginal, la postura cuadrúpeda a la del misionero y otras. Aquí, hay una elección libre que manifiesta una preferencia determinada y, por consiguiente, hay normalidad.

Y queda otro punto por tocar.

Albert Ellis, el famoso sexólogo norteamericano, ha enumerado los casos en que habría anormalidad sexual”

a) Cuando la actividad sexual es compulsiva.
b) Cuando es irracional y autodestructiva.
c) Cuando aparece como fetichista la mayoría de las veces.
d) Cuando es motivada por temor al fracaso.
e) Cuando se realiza por la necesidad de ser aprobado o querido.
f) Cuando se acompaña de culpa, ansiedad o desprecio de sí mismo.
g) Cuando es impulsiva y tiene lugar sin auténtica consideración de sus ventajas o desventajas.

Nosotros compartimos en general tan respetable opinión, aunque nos concordamos con el punto f).

Desgraciadamente, por influencia de la moral, en numerosas actividades sexuales la culpa y la ansiedad son inevitables. El masturbador siente más o menos culpa y ansiedad, según las actitudes que en su medio existan respecto a esa práctica; la joven que succiona el pene a su novio, tendrá un nivel alto o mediano de remordimiento, si ha estado formada en el marco de una moral rígida; la pareja que por primera vez practica el coito anal, experimentará una sensación de pecado, si le han acondicionado la mente a pensar que lo que está haciendo es un pecado.

Aquí no hay anormalidad, a menos que el remordimiento o la culpa sean de tal intensidad que alejen al individuo de la sexualidad. Lo que sí hay es una concepción equivocada respecto del sexo que la gente debe ir superando gradualmente, con lecturas adecuadas y experimentación que permitan forjar convicción racional y seria acerca de su normalidad.

Convicción que considere la fórmula que le estamos dando:

Es normal todo lo que causa placer, siempre y cuando no atente contra la libertad de otro o cuando signifique daño para éste.


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