Las supuestas virtudes afrodisíacas de determinados alimentos o sustancias encandilan la imaginación del hombre desde que el mundo es mundo.

Desde los albores de la Humanidad, existe una estrecha relación entre comida y erotismo.

Cuentan que Cleopatra agasajaba a sus amantes y azuzaba en ellos el sentido erótico del gusto vertiendo una fina pasta de miel y almendras molidas en sus partes íntimas. Los afrodisíacos, sustancias que excitan el apetito sexual o facilitan el coito, están presentes en todas las culturas.

En algunas adquieren incluso dimensiones mágicas, como por ejemplo en Chile, donde los alimentos con forma alargada se relacionan con la figura masculina, mientras que los anchos y redondos pertenecen al universo femenino.

Se emplean con mucho protagonismo en ritos de magia y encantamiento o son objeto de ofrenda a distintas deidades con el objeto de que los buenos espíritus intercedan en los asuntos de cama del que solicita sus favores.

En África, la potencia sexual se asocia con determinados animales muy bien dotados en esta materia y la posesión de determinados órganos de su cuerpo, vuelve muy codiciado al gorila o rinoceronte. Algo parecido ocurre en Japón con la sopa de aleta de tiburón y sus presuntas propiedades sobre la virilidad nipona.

La estrecha y milenaria relación entre comida y erotismo

Dentro de la cocina afrodisíaca occidental brillan con luz propia las ostras y el champán. El mismísimo Casanova seducía a sus amantes con el mitificado molusco, ofreciéndoselo en su propia boca. En cuanto al burbujeante bebedizo de cuño francés, algunos aseguran que despierta más la libido femenina que la masculina.

Ya se sabe que el alcohol en dosis moderadas ejerce un efecto deshinibidor, estado muy propicio a la actividad erótica, pero en exceso embota el deseo.

Aunque sin ninguna base científica, también hay que mencionar como alimentos sensuales a los higos y a las fresas. Su sugerente forma y su jugo se lo ponen en bandeja a la imaginación, al igual que la similitud evocadora que mantienen algunos mariscos con el olor, la textura y sabor de los órganos genitales.

Entre el fármaco y el veneno

Como señala la doctora Helen Singer Kaplan en su libro La nueva terapia sexual: “Todavía no se ha descubierto una sustancia química capaz de rivalizar como afrodisíaco con el simple hecho de estar enamorado”.

En un intento de satisfacer ese anhelo humano de obtener más placer y potencia, el mundo científico también se ha afanado en la investigación de las virtudes afrodisíacas de determinadas sustancias. Entre ellas destaca el nitrito de amilo, empleado como eficaz antídoto frente a la intoxicación por cianuro.

Conocido popularmente como popper, nadie sabe la dosis exacta a inhalar para gozar de sus favores y ni siquiera figura en la nómina oficial de medicamentos, ya que como todos los vasodilatadores potentes puede provocar grandes cefaleas y otras complicaciones más graves e incluso letales en relación a su abuso.

La estrecha y milenaria relación entre comida y erotismo

En el caso de los hombres, se han llevado a cabo numerosos estudios sobre la capacidad de determinadas sustancias para actuar sobre los centros nerviosos de la erección. Algunas la favorecen y prolongan, aunque al precio de generar mayor agresividad y trastornos de la conducta. Como la cantárida, cuya toxicidad la coloca más del lado de los venenos que de los fármacos. Otras investigaciones demuestran que la paraclorofenilalanina genera en los roedores un auténtico frenesí erótico, pero en aras de su peligrosidad aún no se ha experimentados en humanos.

Entre las sustancias medicamentos hay que citar la yohimbina, que aunque en las ratas potencia la motivación sexual, sobre el hombre actúa aumentando sobre todo la calidad de la erección. En esta línea se lleva todos los honores el célebre Viagra, aunque como ocurre con todos los afrodisíacos, no conseguirá estimular la apetencia sexual si no hay estímulo previo que la motive.


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