Recomendaciones de oro para que seamos ganadores en el sexo

El acercamiento sexual

La aproximación sexual es una fase que ha de continuarse con la invitación al sexo. E invitar al sexo tiene sus dificultades y bemoles. Sobre todo porque porque socialmente la libertad sexual se encuentra limitada.

En nuestros países predominan ideas bastante equivocadas respecto de la sexualidad y por lo mismo toda referencia relacionada con ella aparece como sucia, pecaminosa o inmoral.

Además, aunque hay revolución sexual, a puertas cerradas se siguen creyendo errores como verdades. Se mantiene, por ejemplo, la concepción de una doble moral sexual, distinta para cada uno de los sexos: todavía cuesta soportar que la mujer tenga relaciones antes del matrimonio y, no obstante, se las acepta ampliamente en los varones; todavía se piensa que el mundo se divide en mujeres buenas y mujeres malas, siendo las malas precisamente las que llegan al coito sin condiciones. Si una mujer y un hombre, frente al chispazo de la atracción, van de inmediato al lecho, es seguro que asumirán actitudes ilógicas, por mucho que hayan gozado del encuentro. La mujer se hará, consciente o inconscientemente, todo un nudo de recriminaciones que se cerrarán con lágrimas o con el consabido: “¿Qué vas a pensar de mí?” y el varón, a su vez incluso de buena fe, ubicará a la mujer con su clasificación de “fácil”, no apta para el matrimonio.

Son necedades, claro. Realmente es absurdo que existan dos morales sexuales cuando ambos sexos tienen iguales derechos frente a la sexualidad.

Pero así es y conviene tenerlo presente. Especialmente cuando se trata de hacer invitaciones para gozar del sexo que, en la mayoría de los países, es una suerte de solemne ceremonia en la que sólo falta el notario. Entre el encuentro de las miradas que se atrajeron, la comunicación del diálogo, y el “vamos a hacerlo” hay un cúmulo de requisitos, inútiles en su mayoría, aunque todos salvables con mediana dedicación.

El principal, es excitar a la pareja. Por grande que sea el peso de la tradición, de los prejuicios y de las enseñanzas restrictivas, la naturaleza se impone en definitiva. Y para excitar también hay técnicas. Mientras mejor es la técnica más rápida será la excitación y el “vamos”.

Consejos para disfrutar del buen sexo

Lo que excita recibe el nombre de afrodisíaco y hay afrodisíacos que podrán señalarse como naturales y otros de tipo artificial. Son naturales, por ejemplo, detalles físicos atractivos, miradas, olores, ruidos, besos, etc., en tanto que los artificiales agrupan una serie de substancias o preparados a los que se les atribuyen cualidades de excitantes sexuales.

Aunque los libros de magia suelen garantizar las propiedades de las pezuñas de la Gran Bestia o de la cola de serpiente machacada y mezclada con orégano cortado en luna llena, la experiencia mueve al escepticismo. En verdad no hay substancias afrodisíacas típicas. Lo que sí hay son substancias que ponen al que las ingiere en situación de saltarse las barreras sociales. Las más socorridas son el alcohol y ciertas drogas. El alcohol, en pequeñas dosis, desinhibe y arrasa con facilidad con siglos de prejuicios. OJO: pasados algunos límites, variables en cada persona, su efecto es el contrario: inhibe el apetito sexual. En cuanto a las drogas, las hay que efectivamente aumentan la sensibilidad sexual. Empero en su mayoría tienen el inconveniente de aficionar al que las usa a seguir usándolas y cuando escasean provocan en el usuario, síntomas llamados de abstinencia, que son bastante desagradables.

También hay actividades excitantes. El baile es una de ellas. Esos bailes que los adolescentes designan con el apelativo despectivo “de viejos”. Y también la penumbra, con música, si es posible (de ahí el éxito de los cines y las discotecas).

Hay muchas más. Pero lo que importa destacar que la excitación sexual es un proceso psicofisiológico, esto es, un proceso en que participa la mente y el cuerpo. Y que, además, es un proceso gradual. Es decir, la excitación sexual no se da de golpe sino que avanza progresivamente de un nivel bajo a uno mediano y de éste a uno alto y que en lo práctico puede describirse con “Podría”, “Querría” y “Quiero”.

Consumada la aproximación, es necesario ir quemando paso a paso estos grados. El primero se nutre de la conversación, de los roces furtivos, de las miradas, del reconocimiento mutuo; los individuos podrán llegar más allá o detenerse; no hay modificaciones fisiológicas ostensibles, predominando la respuesta psíquica. En el segundo, la conversación se hace intencionada, las manos comienzan a acariciar, palpar, recorrer y presionar; los individuos se huelen y se besan, ligeramente primero, luego con más fuerza; las lenguas inician sus insinuaciones, los cuerpos tienden a acercarse; hay congestión en los genitales y secreción de ciertas glándulas; los individuos “querrían” aumentar la excitación. En el tercero, declina la conversación, las caricias se hacen más apremiantes y terminan centrándose en los genitales, la lengua asume iniciativa y el organismo está dispuesto a la cópula. “quiere”.

La invitación a hacer el amor

Ha llegado el momento de la invitación a hacerlo. Aquí te dejamos algunas observaciones:

1) Según los individuos, estos grados pueden darse de modo fulminante o progresivamente.

2) Los que participan de la excitación pueden encontrarse en momentos o grados distintos. A menudo, los varones alcanzan la erección antes que la mujer pase a la segunda fase.

3) La buena técnica supone llevar con rapidez al compañero al punto más alto de la excitación y mantenerlo ahí hasta el coito.

4) La invitación al coito, para obtener respuesta afirmativa sólo es posible en la tercera fase. En las otras dos, los frenos sociales tienen preeminencia, a menos por supuesto que se trate de pareja estable.

5) Es bastante común que no se dé el salto a la cópula. Los jóvenes de nuestro tiempo acostumbran practicar el faje o “petting” que supone mantener el más alto nivel de excitación durante largo tiempo, y eventualmente, desahogarse por vía manual. Es deporte frecuente de cines, parques y plazas públicas. Se lo acepta porque libera tensiones sexuales, “aleja a los muchachos de la masturbación y conserva la virginidad de las jóvenes”. El “petting” no es raro entre adultos reprimidos.

De lo que se trata no obstante es de dar el salto. Y la invitación al coito es el salto.

Hay muchas maneras de invitar al coito. Si en algunos países ello se consigue mediante gestos cabalísticos, en los nuestros, por la tradición represora, esto no parece posible, salvo en ambientes ya picados por la tarántula de la libertad. Desde luego, existen términos que, indirecta o eufemísticamente, manifiestan la intención: hacer el amor, estar juntos, hacerlo, jugar, foque-foque, la cosa, etc. La palabra coito está proscrita del lenguaje corriente, lo mismo que cópula, y en menor escala, relaciones sexuales. Un principio sano, en todo caso, es designar las cosas por su nombre. Todo depende, sin embargo, del nivel del invitado. A veces por muy elevado que sea el grado de la excitación, la invitación descarnada o directa acarrea su caída vertical. En otras, ocurre precisamente lo contrario. La conversación inicial tiene, desde este punto de vista una gran importancia pues permite determinar los límites en que se puede emplear el lenguaje.

Consejos para disfrutar del buen sexo

Aunque haya mucha excitación, bien puede suceder que la represión sea más fuerte y un “no, no” jadeante responda a la invitación. El amante eficaz no debe desalentarse por ello. Manteniendo el grado de la excitación, ha de procurar derribar los obstáculos con argumentos convincentes. Las causas de un “no” pueden ser muy variadas. Las más frecuentes:

a) De carácter moral: El que se niega aduce razones morales, cree que llegar al coito es pecado. El rechazado debe contradecir con razones interesantes los principios morales en boga y, si no tiene mucho tiempo, recurrir a slogans útiles del tipo: “La moral no tiene sentido en un mundo dominado por el neoliberalismo” o “sólo el amor es moral” o “pecado es no realizarnos en la vida”.

b) De carácter técnico: El “no” se origina, por ejemplo, en un proceso fisiológico, la regla. El rechazado, si es liberal, debe argumentar con inteligencia que hacerlo en ese período es incluso mejor que en otros, que hay vías no necesariamente vaginales, etcétera.

c) De carácter socio-ético-familiar: El rechazo resulta de una situación particular. El varón no quiere seguir porque piensa que está destruyendo la confianza que depositaron en él sus padres o algún amigo ingenuo. La mujer debe estimularlo entonces con frases ambiguas como: “Tus padres no pueden estar contra tu felicidad” o “El (por el amigo) sólo quiere mi felicidad y ahora soy feliz”, etcétera.

d) De carácter futurista: Numerosas mujeres acostumbran, más por fórmula que por convicción, hacer preguntas estúpidas antes de dar el sí. Preguntan, por ejemplo, “¿qué pensarás de mí?”, “¿y después te burlarás de mí?” o “¿te casarás conmigo?”. El interrogado debe salvarlas con cortesía o sinceridad, según los casos. A las dos primeras tendrá que contestar con un “pensaré de ti lo mejor porque eres maravillosa” o “cómo podría burlarme de quien me está dando lo más preciado de sí?” A la tercera, si procede la afirmativa, puede darla. Pero si no puede casarse, incurrirá en grave error. Ya hemos dicho: nunca falsas promesas.

e) De carácter doloroso: La mujer teme que le duela y se niega. El rechazado debe asegurarle que el coito no duele sino que es placentero. Si hay insistencia, son admisibles ciertas mentirijillas: “sólo la punta”, “lo haré como si fueras de porcelana”, etcétera.

Lugares para el sexo

Pocas cosas en la vida parecen más grotescas que el amante que ha obtenido el sí y no sabe dónde consumarlo. En verdad, es pura falta de imaginación si se parte de la realidad que el coito no exige grandes espacios, todo lugar es apropiado. Como en todo, hay sitios mejores que otros. Son mejores por cierto, los recintos cerrados dado que, por convención, se estima que la sexualidad es una actividad privada. Sin embargo, eso no excusa la posibilidad de practicarlo al aire libre y con buena fortuna para sus ejecutores en la mayor parte de los casos.

Sin descuidar el hecho de que el coito es más grato en una habitación que cuente a lo menos con una puerta con cerradura (para evitar interrupciones), una cama, algunas cobijas, un reloj despertador, una penumbra cómplice y un lavabo, no está demás enumerar otros sitios posibles que, a menudo, la urgencia, la escasez de recursos y la buena voluntad, reemplazan con éxito.

Por ejemplo:

a) Los automóviles. Desde Henry Ford, las clases medias y los conductores de taxi no cesan de maravillarse ante las ventajas sexuales de los automóviles. En estos vehículos. en apariencia pequeños, el coito puede realizarse casi a cabal satisfacción, a medio vestir, desvestido del todo o con sombrero, Y no importa el modelo ni el tamaño. Los especialistas recomiendan el asiento trasero para los esparcimientos. Aunque en el delantero no son imposibles. Los fabricantes, conscientes de estas realidades, están lanzando al mercado, desde hace varios años, modelos con asientos reclinables que favorecen ampliamente los contactos. El copular en automóvil tiene desventajas:

1.- No es del todo cómodo.

2.- La falta de lavabo hace improbable el aseo postcoitum.

3.- La estrechez del recinto dificulta los intercursos de una pareja excedida de peso.

4.- Vidrios y parabrisas impiden la total privacidad, por lo que es necesario estacionar el automóvil en parajes oscuros o desérticos donde suelen abundar violadores y otros delincuentes.

5.- Son caros para las mayorías.

b) Los ascensores. Para los más audaces, los ascensores no carecen de atractivo. Si a la primera vista el asunto tiene un aspecto difícil, lo cierto es que muchos buenos romances que culminan en el llamado coito paraguayo (de pie y firme sobre las rodillas), se desarrollan en estos armatostes. Los experimentados sostienen que, oprimiendo el botón del freno entre dos pisos y apagando la luz por eso de la intimidad, se logran excelentes resultados. Por cierto es un sitio al que habrá de recurrirse en casos de extrema urgencia, ya que abundan los riesgos. En especial los que derivan de las iras de los usuarios del vehículo.

c) Tranvías, camiones y aeroplanos. También hay noticias de coitos hechos de prisa en vehículos de uso colectivo y aún en aeroplanos en vuelo. Xaviera Hollanderla festiva madama del libro “The Happy Hocker”, da cuenta de algunas de estas experiencias. Difíciles ciertamente, porque pende sobre ellas la perspicacia de los demás pasajeros que, ante el escándalo, pueden convertirse en delatores que arrastrarán a los infractores a la estación de policía.

d) Las cabinas telefónicas. En los países donde las hay, las cabinas telefónicas han servido para las expansiones de amantes sin dinero o poco pacientes. Obviamente, son incómodas y demasiado públicas.

e) Otras habitaciones que no son el dormitorio. Por diversas razones, se hace necesario en ocasiones practicar el coito en otras habitaciones de la casa. Son preferidas las alfombradas y las que cuentan con sillas y divanes, pese a que también la cocina y los armarios ofrecen el abrigo imprescindible.

f) La bañera. Últimamente, en ciertos sectores liberales, la tina de baño, vacía o con agua, ha pasado a matizar con gran fortuna las vidas sexuales de muchos individuos. Aseguran los divulgadores de esta innovación que la tina de baño contribuye al diálogo y sus paredes lisas acercan a los cuerpos prensándolos de un modo inolvidable. La información hay que transmitírsela a arquitectos y constructores que, por razones de espacio, han eliminado el artefacto de las modernas construcciones.

g) Al aire libre. Los espacios abiertos admiten la sexualidad como la mano al guante. Parques y plazas han llegado a recibir el mote sarcástico de “hoteles verdes”. Cada ciudad respetable tiene por lo menos un gran parque que de día es inocente pero culpable por la noche. El coito al aire libre tiene ventajas, entre ellas la oxigenación que ganan los combatientes. Pero tiene desventajas. En el pasto, insectos y mosquitos suelen entrometerse en los fragores con desagradables consecuencias; en la playa, la arena juega malas pasadas; en los muros, clavos salientes y ladrillos sueltos, pueden perjudicar una entusiasta relación. Y qué decir de los malandras. Los lugares que escogen los amantes son conocidos y frecuentados por delincuentes sexuales. Estos, junto con las pertenencias de los gozadores, gustan de participar de los disfrutes, por las buenas o las malas. Como no son muy exquisitos, en la violación incluyen al varón. Aunque no hay estadísticas precisas, se sabe que muchos varones, igual que Caperucita Roja, “se perdieron en el bosque”.

Consejos para disfrutar del buen sexo

Y una desventaja general, que vale para todos estos sitios. El Código Penal sanciona como ultraje a la moral pública la conducta del que “ejecute o haga ejecutar por otro exhibiciones obscenas”. La pena es de meses o años de cárcel, más multa. En nuestra cultura, el coito en público es, de todas maneras, una exhibición obscena.

Por eso, y para no caer en desgracia, es preferible el sexo en recintos privados. El mejor de todos es, sin duda, la casa propia. No siempre, sin embargo, se tiene casa propia donde poder hacer el coito. Sólo los privilegiados cuentan con pisitos de solteros o penthouses discretos. No es para desanimarse.

El ingenio sexual humano, desde hace bastante tiempo, ha buscado paliativos. Los ha encontrado en lo que toma el simpático nombre de “hoteles galantes”, “hoteles de parejas” o “hoteles alojamiento”. En el pasado existieron las casas de citas, lugares en las parejas, habitualmente adúlteras, podían reunirse ante la mirada comprensiva de una viejecita, casi siempre viuda, que rentaba un par de cuartos para completar sus escuálidos ingresos. Con el progreso, la casa de citas derivó en hotel o motel con garaje y agua caliente y la primera quedó relegada a las diversiones provincianas.

El hotel galante es una estructura dedicada al sexo. Los cuartos están organizados allí “para eso” : cuentan con una cama sólida, regadera y bidet, música ambiental y un timbre que, como de milagro, ayuda a que los enamorados puedan recibir estimulantes del exterior, tragos cortos y largos. En esos hoteles los cuartos se renta por horas y priva un ambiente discreto que se va haciendo indiscreto a medida que bajan de categoría. De hecho, los hay para todos los niveles sociales. Tienen un inconveniente: que ciertas mujeres, por formación son reacias a adquirir confianza sexual en un cuarto de hotel. Con frecuencia, entonces, el aprendiz de galán debe ensayar fórmulas exhaustivas de convencimiento, o bien, resignarse a no proponer el lugar en una primera instancia.

Las grandes capitales, por otra parte, ofrecen igualmente cómodos departamentos o suites de alto costo que se rentan por horas y gran número de sus hoteles para viajeros, aun los de primera categoría, admiten a viajero sexuales siempre que se camuflen de viajeros reales. Andar con una pequeña valija es método eficaz para tener acceso a todos los lugares, inclusive con la valija vacía.

En síntesis, sobre el punto ha de tenerse presente:

a) Que todo lugar es bueno.

b) Que el lugar más adecuado es un cuarto cerrado, porque gozar del sexo requiere de tiempo y comodidad. Si agradable es el coito de pie o sentado, más lo es el acostado. El lugar debe permitir todas las opciones.

c) Que deben evitarse por principio los lugares deprimentes, a menos que la urgencia no lo permita. Un coito en un cementerio puede resultar interesante, pero menos estimulante que otros

d) Que el lugar no debe estar expuesto a interrupciones absurdas. La presencia de extraños, animales, ruidos insólitos y cobradores es altamente negativa. El sexo exige concentración.

¡Abajo el pudor!

Un humorista decía que “al amor, al baño y a la tumba ha de irse desnudo”. Y estaba en lo cierto. Por lo menos, respecto del amor. Si hemos dicho que la multiplicación del placer se obtiene de la disposición de mayores extensiones de piel al alcance de los sentidos, la desnudez surge como un requisito sine qua non para el goce integral.

Por desgracia, nuestra cultura nos ha metido una noción insoportable que es la del pudor. Este se acostumbra a definir como un sentimiento de recato y prudencia que oculta a los demás los elementos vergonzantes y favorece las relaciones humanas. Se asegura que el pudor es privativo de nuestra especie y que su ausencia es síntoma inequívoco de locura y perversión.

No se menciona, por supuesto, que el pudor es otra de las invenciones que buscan reprimir la sexualidad y que nace justamente con el derecho de propiedad y los celos. Las sagradas escrituras se limitan a narrar la vergüenza que sintieron nuestros primeros padres de sus genitales cuando tuvieron la desdichada ocurrencia de saborear el fruto del Árbol del Bien y del Mal.

Desde entonces, con el pretexto del pudor, se nos ha enseñado a avergonzarnos de nuestro sexo y a publicitar lo agradable que resulta el misterio y la oscuridad en estas materias. Hubo tiempo en que las parejas cristianas copulaban vestidos con largas túnicas de tosca tela que, en el sector correspondiente, disponían de un par de agujerillos aptos para las entradas y salidas. Con eso se lograba que los individuos no tuviesen malos pensamientos, no se rozaran las zonas erógenas y el semen fuera directamente orientado a la formación de un nuevo ser. La lujuria y el goce sexual, entonces, era considerado como pecados, y la castidad el tobogán más delicioso para alcanzar el reino de los cielos. Afortunadamente, esas concepciones han sido revisadas y hasta los más enérgicos aceptan hoy que en el sexo es posible gozar.

Quedan, sin embargo, muchos prejuicios. Todavía, y por mala costumbre, se piensa que el coito es mejor de noche, a oscuras y que la exhibición de los genitales es obscena. De ahí el auge de las lamparillas de bureau y la decadencia de los exhibicionistas y los “streakers”. De ahí también el éxito del “strip-tease” y de los balnearios.

Lo expuesto, empero, no quiere decir que el pudor carezca de aristas positivas. Como se vive en un universo pudoroso, la impudicia progresiva contribuye a la excitación. Por su formación, el ser humano alcanza altos grados de excitación cuando poco a poco va descubriendo los secretos geográficos de su pareja.

Pero esto es sólo para los efectos de la estimulación. Ya encerrado en un cuarto o dispuesto al coito, el pudor aparece tan inútil como un hipopótamo en una función de ballet.

En una situación ideal en que la pareja se encuentra ya en una habitación a puerta cerrada y debidamente estimulada, surgen algunas preguntas básicas: ¿Cómo desvestirse?: ¿desvestirse uno mismo?, ¿esperar que lo desvistan?, ¿desvestir primero al compañero? o ¿desvestirse mutuamente? En el entendido que bajo el lema de ¡abajo el pudor!, hay en todo caso la necesidad de desvestirse.

Esto porque, aunque suene reiterativo, el sexo se disfruta más en la desnudez.

Consejos para disfrutar del buen sexo

Tratemos de resolver los interrogantes:

a) Cómo desvestirse. La respuesta depende de cada situación. Si los individuos están en una posición de extrema urgencia es posible que irreflexivamente (y velozmente) se despojen de sus ropas y se abalancen el uno sobre el otro. No es raro que en camino de la habitación ya se hubieran hecho desprendimientos fundamentales y el asunto aparezca resuelto al borde del lecho. En este caso, el coito llega a consumarse en plazo breve. Si los individuos pueden esperar, están en condiciones de hacer del desvestirse un rito sumamente excitante.

Se trata en realidad de que en el acto se consiga mantener y ascender el nivel de la estimulación. Para ello, hay que orientarlo a satisfacer preferentemente la vista y el tacto. La vigencia del strip-tease proviene del hecho de que un sujeto se va desprendiendo lentamente de piezas claves de sus vestiduras y la excitación alcanza su mayor nivel cuando el sujeto se arranca la última prenda y queda desnudo. Combinando esta técnica con la posibilidad de estimular paralelamente la vista y el tacto, se gana una doble excitación que en el espectáculo teatral es imposible. En consecuencia, la mujer debe desvestirse con la razonada intención de la stripteasera, permitiendo de vez en cuando el acercamiento directo al compañero. En cuanto a éste, si bien es cierto que la mujer no se excita demasiado por el desnudo masculino, tiene apetencias de sensaciones táctiles y gran curiosidad por el pene y la consistencia que ha ganado en los preparativos. En buenas cuentas, siendo la nuestra una cultura fálica, la mujer se excita con la visión del pene erecto. Por lo tanto el varón ha de desvestirse procurando darle en el gusto y favoreciendo siempre los tocamientos directos o indirectos.

Eso, cuando cada uno se desviste por su lado.

b) Esperar a que lo desvistan. Muy excitante puede ser esperar a que lo desvistan a uno. El que espera pasivamente ser desvestido puede recibir muchas y gratas sensaciones eróticas. Todo depende de que el que lo haga sepa lo que está haciendo. Desvestir al compañero supone una sabia técnica en la que cada zona descubierta va recibiendo paulatina y progresiva excitación. También supone que el desvestido no use prendas complicadas: hay cremalleras que se traban, botones escondidos, cinturones con siniestras hebillas, cierres inicuos. Más de alguna separación se ha generado en las increíbles complicaciones de una faja.

c) Desvestir primero al compañero. Ciertos amantes prefieren desvestir primero al compañero, estimularlos ampliamente, aun hasta el orgasmo, para proceder luego a desvestirse. El método encierra el peligro de desnivelar los grados de excitación, obstaculizando la gratificación sexual de las dos partes.

d) Desvestirse mutuamente. Los eruditos del goce aseguran que desvestirse mutuamente es un camino bordeado de satisfacciones. La pareja que se desviste unida, gozará unida, exclaman. Y no les faltan argumentos. Desvestirse mutuamente resume todas las ventajas de las técnicas anteriores y permite mejorar niveles de excitación. Implica, por cierto, el que los individuos se mantengan en permanente contacto físico y vayan graduando y sugiriendo exploraciones de cada vez mayor respuesta. Al mismo tiempo, consiguen no interrumpir las secuencias placenteras y llegar al orgasmo después de un largo e incesante tránsito por el erotismo.

Sea cual sea la vida escogida, todo individuo está obligado a ser precavido en materia sexual. Como las oportunidades sexuales acechan, tomar algunas precauciones es indispensable:

1) No suponer que la ropa es una segunda piel. La ropa debe lavarse con frecuencia. Quien no se muda a diario de ciertas prendas, especialmente de las interiores, está expuesto a infinidad de vergüenzas, y a desalojar de los más ardientes los deleites de la excitación.

2) No suponer que el baño es un martirio. Bañarse hace bien y bañarse todos los días hace mejor. En épocas de calor, hay que bañarse más de una vez al día. Si no se puede, el lugar escogido debe contar con un cuarto de baño o algún medio para suplir la deficiencia. Un olor inoportuno hace descender el termómetro de la pasión a cero.

3) No suponer que la pareja es masoquista. Ciertos individuos, generalmente admiradores de Mickey Spillane, piensan que es muy excitante desvestir al compañero a tirones. Están convencidos que desgarrar las prendas una por una es afrodisíaco y enaltece la condición. Lo cierto es que tal actitud sólo ayuda a echar a perder lo avanzado. A menos, claro, que la pareja sea efectivamente masoquista o que el desgarrador se haya comprometido a reemplazar lo destrozado con modelitos de Christian Dior.

4) No suponer que la pareja es fetichista. Aunque algunos hombres y mujeres están obsesionados con ciertas prendas de vestir y prefieren que se queden en su lugar (medias negras, sombreros, calcetines, etc.), no es esa una preocupación de la mayoría. Por lo mismo, insistir en hacer el coito conservando los calcetines o el portaligas puede ser contraproducente. En el gozar, igual que en los teatros de revistas, normalmente se prefiere el desnudo total.

Los juegos prohibidos

Desnuda la pareja, está como Shackleton cuando llegó al polo. Tiene todo un territorio por explorar y una agenda de probabilidades en que la brújula es su imaginación. Dispone de medios en abundancia: tacto, vista, olfato, gusto y oído, el viento sopla a su favor y en el horizonte está el fin de la jornada, el orgasmo. En la ruta, una blanca sábana que es el placer. Se trata entonces de hacer que el recorrido sea rico en peripecias. Porque si bien es fácil tomar el trineo, picanear los perros y llegar rápidamente al destino, mil veces más beneficioso es sacarle partido al itinerario y detenerse cuantas oportunidades sean necesarias.

Para eso se ha ideado un conjunto de caricias que los entendidos denominan “juegos preliminares”. Se los llama así ya que incluyen una serie de actividades anteriores al coito que pretenden preparar al organismo para su realización.


Comparte el amor

Deja una respuesta