Tarde o temprano, los adolescentes se aproximan al sexo.

Primero con curiosidad y luego por deseo. Los padres deben convertirse en una referencia fundamental para ellos en ese descubrimiento de su propio cuerpo.

La adolescencia provoca una revolución hormonal en el organismo de los que hasta hace semanas eran sólo unos niños. Los cambios se reflejan en sus músculos, en su cara, en su carácter y en los nuevos impulsos sexuales, que muchas veces son desconcertantes para el joven y que suelen ser canalizados en forma de agresividad y estrés.

Ha comenzado un proceso de descubrimiento en el que los padres deben asumir un papel de guía. El objetivo fundamental es hacer del sexo un elemento natural al que hay que enfrentarse sin traumas, aunque también con ciertas precauciones. En la actualidad, los hijos comienzan a entender y a conocer el sexo antes de que su cuerpo esté preparado para disfrutar de él. Los medios de comunicación, el cine o Internet son ahora los vehículos que abastecen de sexo a una población que lo demanda.

Los niños y niñas también reciben ese bombardeo, lo que despierta en ellos una curiosidad precoz, y les aboca a realizar su propia interpretación de una realidad que aún no saben manejar. Después, con los amigos y amigas construirán un mundo fantástico de relaciones con el sexo contrario en el que no sabrán muy bien cómo ubicar la sexualidad.

Afrontar los cambios

Para Donald Mosher, psicólogo de la Universidad de Connecticut (EE UU) y experto en sexología: “Los padres deben comprender que sus hijos ya no se creen que los niños vienen de París. Probablemente no entiendan el proceso biológico, pero saben que nacen de la madre y que en ello el padre ha tenido algo que ver. Por lo tanto, hay que aproximarse al tema desde que son pequeños, antes de que el bombardeo de los medios les cree un mundo irreal. Deben saber que los bebés son fruto de una unión de un hombre y una mujer, y que esa unión es placentera y gratificante. Más tarde, cuando descubran su propio sexualidad, la información puede ampliarse tanto en lo que respecta a las opciones morales de esos actos -si así lo creen conveniente los padres- como a los riesgos de los mismos”.

Los jóvenes deben entender que para ellos el sexo será algo hermoso si es felizmente compartido, que nunca puede generar un sentimiento de culpa algo que es un impulso natural y que el final de ese descubrimiento tendrá lugar sólo cuando encuentren a la persona deseada. Los padres pueden mostrar el camino, pero serán los hijos quienes lo recorran solos.

Para Laura Grossi, psicóloga infantil, es fundamental que “esa guía, asimismo, les enseñe los peligros: embarazos indeseados, enfermedades de transmisión sexual y, también, por qué no, las posibles decepciones y fracasos de la vida sexual”.

Prevenir los peligros

Estos últimos peligros no se pueden evitar, pero los primeros sí. Nunca un precepto moral debe poner en peligro las vidas de los hijos. Hay que ser conscientes de que ellos no siempre se comportan como los padres desean y, si es así, al menos deben conocer los medios para que la práctica del sexo sea segura.

Un estudio realizado en la Universidad de Edimburgo demostró que tener más información sobre el sexo no implicaba un mayor número de contactos sexuales. Se llevaron a cabo varias encuestas entre jóvenes de entre 16 y 20 años de toda Gran Bretaña. Los resultados señalaron que los encuestados con menor formación sexual iniciaban sus relaciones antes que los que habían recibido una mayor información al respecto en una proporción de tres a uno.

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