Mi amigo R.N., joven y respetable médico cirujano, me invitó a una fiesta. Para tentarme, me dijo: “Estará Reina, una chica hermosísima que es ninfómana”.
Me contó enseguida que Reina solía animar las fiestas bailando desnuda y haciendo el amor con todos los varones asistentes, sin discriminar a ninguno y sin cansarse jamás. “A veces, concluyó, cuando alcanza el tiempo, realiza una segunda ronda con los que le parecen mejores”.
Me llamó la atención que un hombre de la profesión médica utilizara todavía un término tan cargado de prejuicios y connotaciones erróneas como el de ninfomanía. Sin embargo, no le hice ningún comentario y lo acompañé a la fiesta. Fue una buena experiencia porque conocí a Reina, más o menos comportándose como R.N. me lo había sugerido. Esa noche, la bella y sensual mujer -que lo era- tuvo relaciones con cinco de los invitados, tanto en la recámara como en el jardín de la casa. Con otros, se limitó a escarceos muy ardientes durante los bailes, que incluyeron abiertos manoseos genitales. A uno, adolescente casi, lo sometió a una felación prácticamente a la vista de todos.
El caso me interesó y busqué modo de hacerme amigo de Reina.
Un mes después lo había logrado. Por entonces, ya sabía que ella era una muchacha bastante normal. Estudiaba derecho en una Universidad privada, vivía con sus padres y tenía un novio con el que esperaba casarse antes del fin de año.
Cuando abordamos el tema que me interesaba -su probable ninfomanía– me habló sin tapujos:
“¿Sabes? A mí me gusta destaparme y hacer el amor con muchos hombres. Me gusta el miembro viril y lo que se puede hacer con él. Sé que para algunos, eso está mal. Pero yo disfruto, gozo muchísimo, tengo infinitos orgasmos y no me queda ningún remordimiento. Además, aunque te parezca raro, amo profundamente a mi novio y estoy segura que cuando nos casemos dejaré de actuar así. Lo que ahora hago es como lo que ustedes, los machos mexicanos, llaman una despedida de soltero, con la diferencia que yo la mía la hago cada quince días. Lo único que me preocupa es que él (mi novio) pudiera llegar a saberlo o que mis padres se enteraran. Lo demás me tiene sin cuidado”.
Me sorprendió no encontrar en esta confesión los elementos que suelen destacar los investigadores de la ninfomanía: la falta de control, la insaciable voracidad coital, la compulsividad y el autodesprecio. Por el contrario, veía simplemente el caso de alguien que disfrutaba del sexo más que el común de los mortales, con una lógica sin complicaciones.
El hecho me confirmó algo que venía sospechando:
“Que al parecer no existe clínicamente un cuadro como el que se ha descrito de ninfomanía o fiebre uterina o, de haberlo, es sumamente excepcional”.
La historia pasada y presente nos ha exhibido casos de mujeres muy promiscuas, con alta capacidad de respuesta sexual. La esposa del emperador romano Claudio, Mesalina, cuyo nombre ha quedado como sinónimo de mujer ninfomaníaca, necesitaba tanto del sexo y sus placeres que terminaba en los burdeles ofreciendo sus servicios gratuitamente. Lo mismo se dice de Julia, la mujer del emperador Tiberio, que según los cronistas de la época no se satisfacía ni con mil amantes por noche. Más contemporáneamente, a Marilyn Monroe se le atribuyó la enfermedad al igual que a Ava Gardner, Lana Turner y otras rutilantes estrellas, en sabrosas -y pérfidas- crónicas que en su tiempo publicó la revista “Confidential”.
Pero en lo que se dice no se dice nada, porque todas esas figuras lo único que muestran es una carga muy elevada de erotismo que canalizan con actitudes promiscuas abiertas, sin que la expresión promiscua tenga un sentido peyorativo o denigrante.
Fuera de los círculos del éxito o la fama, hay millones de mujeres que actúan de la misma manera sin que su comportamiento sea público.
Esto hace que el término termine siendo muy ambiguo y se utilice mal generalmente.
Ninfómana es, para el cornudo, la mujer que lo engaña y lo abandona, como lo es la dama que no llega virgen al matrimonio o la joven que comparte sus encantos con más de un compañero sexual. Ninfómanas, para algunos, son las mujeres que expresan sus deseos coitales y exigen su satisfacción, las que le piden al eyaculador precoz un poco más de acción, las que se no se contentan con un solo coito, las que se masturban o las que tienen “sueños húmedos”.
En suma, dentro del cuadro, caben todas las mujeres que, por distintas razones, se apartan de un molde moral de conducta, injusto por ser doble y discriminatorio para los sexos.
En nuestra cultura, todavía, si todavía se sigue distinguiendo entre la mujer-madre y la mujer-prostituta. La mujer madre no puede ni debe ser “caliente” u “ardiente”. Debe ser leal, sumisa, abnegada y discreta en la manifestación de su sexualidad. No se le admite que acepte haber conocido a otro hombre que el que tiene por marido, ni que practique por iniciativa propia otra postura sexual u otra variante que no sea la “posición del misionero”. Es una mujer que preferiblemente debe rechazar el sexo oral o anal, escogiendo las técnicas más adecuadas para que la sexualidad tenga un propósito procreativo. La mujer-prostituta equivaldría a la ninfómana porque es promiscua, porque puede tener relaciones extramaritales, porque disfruta del sexo, porque es lasciva, etc.
En ese doble estándar, el varón si tiene licencia para ser “ninfómano” y, más aún, es conveniente que lo sea por prestigio e imagen. Si invirtiéramos la situación de Reina y fuera Juan Pérez el protagonista de la fiesta – un varón que se sirve literalmente a todas las mujeres del lugar, en repetidas ocasiones-, ninguno de los asistentes, salvo por envidia, lo tildaría de enfermo, sino de supermacho.
En esta confusión, por lo tanto, lo que debemos tratar de resolver es si existen o no las ninfómanas, al margen de consideraciones morales o de otra índole.
La pregunta sería: ¿qué demonios es eso que los especialistas de la medicina llaman ninfomanía?
Ya hemos visto que no basta que una mujer sea promiscua para ser calificada de ninfómana. Eso puede significar solamente que esa mujer es ardiente, que tiene deseos de una compañía sexual diferente (del mismo modo como lo tienen los varones), que anda en busca de alguien que la satisfaga bien o, en fin, que ha llegado a la conclusión de que en la variedad está el gusto.
Tampoco sería suficiente el concepto de apetito sexual exagerado, toda vez que hasta la fecha no existe un criterio para definir lo que es normal en cuanto a apetitos sexuales. La diversidad humana muestra gente que queda plenamente satisfecha con un coito de 2.5 minutos y otras que alcanzan su máximo de satisfacción con 10 coitos de 30 minutos cada uno.
Un rasgo, que se agrega por acumulación, es la compulsividad. La ninfómana, se dice, va al coito compulsivamente, sin control instintivo, en forma irracional y autodestructiva. Clifford Allen dice que “hay mujeres que sienten un anhelo compulsivo de cohabitar; su ansiedad sube a grados intolerables y las hace correr riesgos tremendos hasta que hallan a algún hombre dispuesto a copular; una vez que lo han hecho, sienten quedar en estado de alivio, hasta que la ansiedad las vuelve a dominar”. Pero no nos conformemos con eso.
Ahora mismo miles de mujeres frustradas e insatisfechas en su vida sexual sienten un anhelo compulsivo por cohabitar y su ansiedad sube a grados intolerables y, si tienen la oportunidad, harían el amor con el primero que pasara por la calle cumpliendo requisitos mínimos.
¿Son ninfómanas por eso?
Desde luego que no. Si lo hacen, rompen convenciones sociales y morales, pero no alteran el orden de la naturaleza.
Todos sabemos que el sexo se impone en el individuo haciéndolo incluso perder la cabeza. En lo sexual, siempre hay algo compulsivo, especialmente cuando no se satisface con regularidad.
De ahí lo relativo de la definición, en la que también hay intromisiones moralistas o proyecciones de la doble moral vigente. Entre nosotros, se tolera que un hombre en ayuno sexual pueda recurrir a prostitutas para liberarse de la tensión sexual. De hecho así se ha justificado la prostitución en una sociedad, arguyéndose que es una válvula de escape para apetitos sexuales exacerbados. La mujer altamente erótica, no tiene ninguna opción semejante y su única solución es tomar la sartén por el mango con iniciativas directas de conquistas.
Las ganas de sexo, se confunden aquí fácil y sutilmente con compulsividad.
Muchos sexólogos han tratado de añadirle ingredientes al concepto de ninfomanía, con el objeto de hacerlo operativo. De ese modo combinan promiscuidad, compulsividad, deseo incontrolable y falta de orgasmo. No obstante, y como la realidad es cara dura, especímenes femeninos que reúnan tales requisitos no son fáciles de encontrar y el cuadro queda apenas como una ficción científica.
Y hay otro problema, de medida: ¿en qué momento debemos pensar que una mujer es ninfómana? ¿a partir de cuantas parejas sexuales, de cuántos coitos, de cuántas masturbaciones?
Pueden sin duda darse casos de exacerbación del apetito sexual. Aunque no se ha podido comprobar concluyentemente, se dice que en la menopausia numerosas mujeres se vuelven ninfómanas, es decir, experimentan deseos sexuales incontrolables. De las tuberculosas, en cierto grado de la enfermedad se dice lo mismo. Sin embargo, contra diez ejemplos hay cien en contrario.
Se sabe de casos de hipersexualidad o hiperversión sexual, que serían manifestaciones secundarias de enfermedades orgánicas o psíquicas, tanto en hombres como en mujeres. Pero eso nos indica más bien que no hay algo específico que se llame ninfomanía. Lo demás es “valoración moral a secas”.
¿Es ninfómana Reina, la chica de nuestro ejemplo?
Para la gente anticuada posiblemente lo sea. Para los más liberados, tal vez no. Eso si existiera la ninfomanía. ¿Y usted que cree?