Sexo contra la tortícolis

Hace unos años tuve la fortuna de contar con dos grupos con los que salir por ahí. Uno era el típico de parejas hetero de cenita (casi siempre en casa de alguien) y tertulia con copa posterior. El otro, un grupo de jóvenes gays con los que salía de vez en cuando por lo que comúnmente se conoce como “el ambiente”.

La verdad es que molaba eso de poder escaquearse de vez en cuando para hacer vida de veinteañero.

Mi pandilla gay era bastante heterogénea y cambiante. Había de todo: parejas ya consolidadas, alguna pareja hetero “invitada”, jovencitos despistados… Dentro del grupo estaban los que llamábamos las “divinas”, unos cuantos chavales más jóvenes que el resto que se pasaban la noche haciendo poses, mirando a quién entraba y salía del local, atentos siempre, a la caza del tío bueno e intentando captar miradas. Iban al baño juntos, salían a fumar juntos y se pasaban toda la noche estirando el cuello como jirafas y mirando hacia todos lados, más pendientes de lucirse y de ligar que de divertirse realmente. El resto los contemplábamos con una mezcla de diversión y pena. Me decían que lo normal es que esa actitud de búsqueda desesperada de ligoteo la tuviera yo, que llevaba una vida de aparente heterosexualidad y lo suyo es que aprovechara esas escapadas nocturnas para intentar follarme todo lo que se moviera.

Relato erótico - "Sexo contra la tortícolis"

Lo que no sabían mis colegas de juerga es que yo tenía mi truco para salir relajado y disfrutar a plenitud de la música, las copas y los amigos. Ese secreto tenía forma de cuerpo moreno, fibrado, con unos ricos labios como sólo los venezolanos tienen. M. era chapero, le conocí en una web de contactos, pero a pesar de su profesión a mi nunca me pidió dinero. Siempre que quedaba con mis amigos para salir de juerga (bueno y sin necesidad de ello, pero sobre todo en esas ocasiones) me citaba con él antes y me hacía un hueco en su agenda, un paréntesis en su vida profesional en que nos lamíamos y comíamos a besos el cuerpo entero, sin dejar centímetro intacto, nos mamábamos y pajeábamos mutuamente, hasta tener unas corridas bestiales que hacían que cuando unas horas más tarde me encontraba con mis amigos éstos me vieran llegar con una sonrisa de oreja a oreja y totalmente relajado.

Vivencias eróticas aparte, yo soy de los que piensan que hay un tiempo para cada cosa. Y que cuando uno sale con los amigos es para estar con ellos, gozar de su compañía, y no para estar todo el rato con el cuello estirado pendiente de los chulazos que puedan entrar o salir en ese momento por la puerta del garito. Lo más normal es que si se tiene esa actitud te vayas a casa sin disfrutar de nada: ni de los amigos ni de un buen polvo. Y encima con tortícolis.



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