Kahlo

“¿Cuánto tiempo llevaba haciendo esto?” Me pregunté mientras terminaba de aplicarme el carmín.

La verdad es que había pasado ya tiempo desde la primera vez que me había acostado con una chica… “¿Cuánto?” Insistí. No lo recordaba, aunque sí que recordaba con quién había sido.

Me eché una última mirada en el espejo, le guiñé un ojo al reflejo y con una sonrisa triunfante me dispuse a comerme la noche.

Había muchos bares de ambiente lésbico por la zona del Eixample. Cada uno con su música, sus precios, ambientes más juveniles o menos… Yo ya había encontrado mi lugar, el “Kahlo”. Un local acogedor, en el que siempre aparecía gente nueva. Usaba su espacio para dar la bienvenida a artistas nuevos, no bautizados y sin padrino que querían exponer. Es increíble tomarse una copa mientras te relajas viendo arte.

Vi el anuncio de la exposición, una fotógrafa catalana. En el cartel venía una foto de la artista con una breve nota biográfica: “Soy capaz de robar la memoria al tiempo, soy capaz de congelar cualquier momento; Pasa y siéntete cómoda entre mis recuerdos”.

Dejé mi chupa en el guardarropa y cogí mi ticket, “No lo pierdas, ¿eh?” Me aconsejó la chica… “En la vida he perdido nada, no te preocupes…” Le dije mientras le dediqué una sonrisa.

Puse la directa hacia la barra, necesitaba una copa y la necesitaba ya. Pocas sensaciones son tan reconfortantes como un trago bien cargado después de un largo y duro día de trabajo.

El local se llenó antes de que me diera cuenta e incluso antes de que se deshicieran los hielos de mi cubata. No la había visto entrar, a pesar de mi radar. La estaba mirando fijamente, aunque ella ya llevaba un rato taladrándome el escote. Creo que tengo un sensor que me avisa cuando alguien clava la mirada en mí, en mi escote, en mi culo…

Le devolví la mirada, era guapa, muy guapa. Melena larga y rizada, ojos verdes y labios carnosos… Lucía un vestido palabra de honor color negro, que dibujaban unos grandes pechos. Y tacones… ¡Tacones! Me encantaban.

Volví a la barra, me apoyé y continué observando, barajando posibilidades, haciendo un estudio de mercado… Ella seguía mirándome, es más, no dejaba de hacerlo.

“Este huevito quiere sal”, me dije, me bebí lo que restaba de copa de un trago y me dirigí hacia ella. Paso firme, mirada al frente y clavada en ella. Me esperaba, lo noté. Me recibió con una amplia sonrisa, despertando todo mí ser.

Me gustaba llevar la voz cantante, siempre, me aproximé a ella, la rodeé la cintura y le susurré al oído lo primero que se me pasó por la cabeza. Sonrió a la vez que afirmó, sin apartar sus ojos de mí.

Relato erótico - "Kahlo"

La así de la mano y me la llevé a la barra. “Vodka” Respondió ella cuando le pregunté que qué bebía.

Paré el primer taxi que pasó, fue fácil ya que aun era temprano. Nos dejamos caer en la parte trasera. Yo solo pensaba en meter la mano por debajo de su vestido, ¿para qué me voy a engañar? Y ella no apartaba la vista de mi escote… Nos miramos y solo la mirada quemaba. Me lancé a su boca con ansías de morderla, con ganas de lamer esos labios carnosos que llevaban toda la noche pidiéndome guerra y que aun ahora, estando sobre los míos, palpitaban pidiendo más y yo solo deseaba que el taxista… fuera más deprisa.

Sus besos sabían a alcohol, a ganas; sus besos sabían ya a mí, a mí saliva, a mis ansias, a mis manos intentándose colar por debajo de ese vestido que estaba deseando arrancarle a jadeos.

Se podía palpar su humedad a ciegas, se podía intuir alguno de sus pensamientos, pero jamás imaginé que allí, en movimiento, montadas en el taxi se lanzaría a aquello que había provocado esa situación, mi escote. Mis pechos, generosos por herencia y tersos, muy tersos la recibieron con ganas.

Abandonamos el taxi y la humedad teñía ya nuestras caras. Abrí el portal y le cedí el paso. Mis ganas pudieron más que mi decoro y según llegué a su altura, la empotré contra la pared. Su cuerpo se tensó al contacto con la fría pared. Le agarré las muñecas y las subí por encima de su cabeza, impidiéndole el movimiento, “Ni te muevas…” Le susurré al oído y por toda respuesta, recibí un jadeo que murió en mi boca.

Deslicé mis labios por todos los poros de su cuello, notando su respiración acelerarse y sus manos intentando escapar, “Quieta…” Le volví a susurrar y le robé un mordisco en plena yugular. Su pulso se aceleró, su cuerpo se arqueó y su vientre pedía a gritos húmedos mis manos.

Me pilló deleitándome en su respiración, en su pecho palpitar, en ese arqueo que conjuntaba a la perfección con mi cuerpo, no sé cómo lo hizo pero en un descuido me lanzó contra la pared de enfrente sin darme tiempo a responder.

Su boca se apoderó de mis pechos, sin importarle que aun fuese vestida. Mis pezones se sorprendieron por la humedad de su boca y no tardaron en endurecerse para su satisfacción. “Llévame a casa y fóllame”.

La casa nos recibió a oscuras. No hubo muchas paradas, las evité. La dirigí mientras no me separaba de sus labios hasta mi dormitorio y la lancé a la cama. Me arranqué las ropas abrasada por toda ella, que insaciable me miraba recostada, apoyada sobre los codos.

Con un trozo de tela por braguita como única ropa, me arrodillé al pie de mi cama, la agarré de los tobillos y la atraje hacia a mí. “Veamos a que sabes”Se le escapó un gemido que agonizó entre sus manos, al cubrirse la cara. Me encantaba estar entre sus piernas, estar en el centro de su ser, saborear su sexo, alimentarme de sus gemidos, de sus espasmos, de ese temblar de muslos. Mi lengua acarició cada rincón de su entrepierna. Sus jadeos y sus gemidos iban ascendiendo en decibelios, convirtiéndose en la energía que necesitaba mi lengua para continuar moviéndose dentro de ella. “Sube… Ven…” Me dijo. Subí rozándome con ella, con sus pechos erectos… Volvimos a besarnos y ella dirigió su mano a mi sexo, por encima de mi ropa interior. Mis caderas se movían buscando la presión de esos dedos que estaban como pez en el agua, sabedores de lo que estaban haciendo y del placer que estaban causando. Mi humedad era increíble, ella lo comprobó cuando apartó hacia un lado las braguitas y comenzó a tocarme. Se me escapó un gemido. Ella, con media sonrisa de triunfo comenzó a morderme los pezones y a acariciarme el sexo. Mi entrepierna temblaba, pedía más, más rápido, más presión… Mis manos necesitaban causar el mismo placer que mi cuerpo estaba sintiendo. Ambas nos estábamos tocando, nos acariciábamos el sexo, jadeábamos consumidas, ambas alcanzamos el clímax a la vez, acariciando el sexo de la otra, con la esencia de cada una en la mano… “Hummmm – Dije pensativa mientras le robaba un beso- ¿Otro? ….



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